jueves, 7 de abril de 2011

Rosa y Julián

Eran ya las 3 a.m, y en el hospital el silencio se adueñaba de cada grieta, así como la ausencia de Febo que firmaba su retirada luego de las 6 p.m.

Mi ansiedad y necesidad de mantenerme despierta me obligaban a la búsqueda de un espacio desierto en ese enorme lugar, donde poder llevar a cabo el ritual de fumarme un cigarrillo a escondidas, ya que era una especie de pecado en nosotros.

Encontré un pasillo iluminado solo con la luz de emergencia, y ahí mismo en el suelo me senté. Estaba concentrada en el sonido de la ausencia, en lo vistoso de las imágenes que jugaba el humo a dibujar, y fue entonces cuando la vi.

En el pasillo del ala opuesta, se divisaba una silueta sobre un banco. Era un cuerpo femenino, con la mirada perdida hacia el techo, en quién vaya a saber qué imágenes productos de su mente. Yo solo veía un cielo raso blanco con algunas manchas de humedad, pero algo tendría que atraía su mirada.

En los hospitales es común encontrarse con gente durmiendo a falta de casa, pero esta no parecía una de esas situaciones. Sentí la necesidad de incorporarme y me deje llevar por el instinto. Apagué el cigarrillo y comencé a caminar hacia el pasillo contrario.

A medida que la distancia se acortaba el producto del tiempo se hizo evidente, parecida a una obra de arte dibujándose alrededor de su rostro, una cabellera extensa y gris abrazaba a todo su cuerpo. Su expresión se sumergía entre huellas de la vida, el sol acompañándola toda su vida, había besado cada poro de su piel, como cuan amante celoso quiere dejar marcas en su compañero.

Su actitud de apatía y encogimiento no cambió a pesar de sentir mi presencia cerca, y fue entonces que dude sobre su capacidad de saber si estaba ahí. Como cual persona un poco tonta, sacudí mis manos frente a su mirada tratando de llamar su atención para romper ese silencio que comenzaba a comerse el espacio. Aún así su mirada permanecía como dos flechas apuntando a su presa en las manchas de humedad del techo. Me quedé parada ahí, una fuerza extraña me anclaba a ese lugar. A los segundos volteó su ojos hacia mí, y un frío recorrió mi cuerpo de repente.

-¿Qué ocurre?

-Perdón, la vi sola y pensé que quizás querría hablar con alguien.

-Solo busco respuestas a las preguntas imposibles de contestar- balbuceó con un tono de dejadez en la voz.

No supe que mas decirle, sus palabras fueron un poco desconcertantes para mí, y como sí la fuerza de gravedad hubiera cambiado, sentí me empujaba para sentarme a su lado. Sabía que no iba a poder ayudarle, pero se me ocurrió que quizás dejarla hablar con alguien le serviría. Le hablé sobre el horarios, le hable sobre el clima cambiante, le comenté que hacía en ese lugar, hasta mencioné el silencio del hospital. Tras varios intentos fallidos de que emita mas palabras, dejé de intentarlo. Me quedé ahí y le pregunté si le molestaba que prenda un cigarrillo, como no me dijo nada lo hice. Iba ya por la mitad y estaba cómoda a su lado. De repente una lágrima corrió por el surco aledaño a su nariz, y comenzaron a brotar como la creciente de un río en una estación lluviosa. Las palabras parecían derretirse por la boca de Rosa.

Me enteré sobre la vida de una persona mas que habitaba este planeta. Rosa creció en el campo, a los 15 años  conoció a su Julián y como era costumbre en esos tiempos, a los apenas 18 años de ella consumaron la unión y se fueron a vivir juntos a una pequeña chacra alejada de la ciudad. La vida les proveyó de una vigorosa juventud y una voluntad de acero con la cual lograron establecer una especie de simbiosis con la tierra y los animales. Ellos los trataban con dulzura, los cuidaban, a cambio recibían la gracia de saciar su hambre, y la de sus 10 hijos que con los años se habían ido incorporado. Pero la vida no es eterna, y Rosa ahora se encontraba en la ciudad esperando respuestas.

Su nivel de escolaridad no era el motivo por el cual ella no entendía lo que ocurría. Simplemente no podía entender porque algo se había adueñado de su Julián, no podía asimilar que su fuerte compañero estuviera tendido en una cama blanca, sin su color de siempre, con tubos sobre su rostro, con otros entrando por sus brazos pasándole líquidos de colores extraños. No podía verlo así, los médicos le habían explicado que unos parásitos habían invadido su cuerpo y estaban por su sangre, pero no era una explicación válida para Rosa. Traté de explicarle mas o menos como funcionaba y como eran los hechos. De repente me encontré hablando de fisiopatología y tratando de buscar palabras cotidiana o simples, pero la estupefacción de su rostro me hizo caer en la cuenta de que estaba siendo igual que los demás. A ella no le interesaba eso, a ella le interesaba por qué su Julián no podía hablarle, ni mirarla, a ella le interesaba saber cuando su compañero incondicional de vida iba a volver junto con su familia. No podía entender como la vida había querido arrancarle a esa parte tan preciada de su vida. Estaba enojada, estaba triste, necesitaba respuestas que no podía darle alguien tan pequeño como yo. La impotencia y la resignación a la tortura de la espera habían entrado en mí también.

De repente caí en la cuenta de que sus manos habían buscado las mías y en ese pasillo frívolo pude sentir el calor que ellas transmitían. Su piel denotaba el producto del trabajo, la aspereza de sus manos reflejaba su voluntad y su no escatimación en los quehaceres cotidianos. Sus manos quemadas por el sol y sus uñas un handsyoungoldpoco sucias me hicieron imaginarla como una mujer simple y con esperanzas. Parecía de esas personas que aunque estén en situaciones inusuales siguen con esa lucha contante que es la vida, haciendo frente a los problemas. Se me vino la imagen a la cabeza de Rosa despertando cuando el sol apenas se animaba a salir, añadiendo leña a la cocina, preparando el desayuno a sus pequeñuelos y saliendo con los baldes de maíz a visitar a sus aves. De repente pensé que por nuestros alrededores queda poca gente así, y también caí en la cuenta de que no quedaban muchos lugares con gente como la mujer que tenía en frente mío, con el pelo gris y el rostro demasiado arrugado para su edad.

Rosa me confió hasta cómo fue el día que conoció a Julián. Todo ocurrió en un baile de la estancia, su madre la había acompañado, y él había ido con su hermano mayor. La música sonando invitaba a bailar a las parejas,  y él muy compadrito se había animado a llevarla a volar. En pocos minutos sintió lo que era la seguridad, y el sentirse protegida, unos brazos fuertes y unas manos anchas habían hecho de ella, una muchacha sencilla y con pocas ambiciones, una muchacha feliz. En ese preciso momento en que todas las parejas a su alrededor ya no existían en su mente, supo que ese hombre de mirada triste y porte de señor iba a convertirse en parte de su vida.

Habían compartido mas amarguras que alegrías en su historia familiar, las subidas y caídas en el mercado nacional también influía en ellos. Julián trabajaba para el dueño de los campos, se encargaba de las siembras y las cosechas, prácticamente ellos sentían que era su hogar, que era su lugar.

De todos modos contar su historia se resume en su seguridad en común de terminar la vida juntos. Rosa le había pedido a Julián que jamás la deje sola, y él había respondido con promesas que iban a hacer frente al tiempo e iban a llegar a ancianos juntos, disfrutar de sus nietos y revivir viejos momentos. Ahora los esquemas de Rosa estaban alterados, los hechos habían confluido en un Julián débil, en un Julián cuyo cuerpo no sabían cuanto tiempo más podría aguantar.

De repente caí en la cuenta de que había pasado mucho tiempo ahí sentada junto a Rosa, debía volver a mí sitio. No habían palabras en mí que le sirvieran, siempre fui de las personas que piensan que es molesto pedirle a alguien que esté bien, cuando eso es algo casi imposible en estas situaciones. El dolor… duele. Quizás no hay que convencerse de que no es así, simplemente hay que vivirlo en su tiempo.  No quedaban mas opciones que resignarse a la espera. Simplemente pude decirle que esperaba que todo terminara de una buena manera para ellos, me incorporé y salí caminando con lágrimas en los ojos que Rosa no vio, y que no tenía intenciones que supiera que existían.

La mayoría de las historias que he conocido son historias tristes, pero todas las que he visto con final feliz se rigen por el amor, por el amor personal, por el amor a nuestros próximos, por el amor a la vida, por el amor a cada persona que habita este precioso lugar llamado Tierra.  A Rosa no la volví a ver. No sé que habrá sido del final de esa historia, solo quiero imaginarme que en este presente son dos ancianos que se levantan por la mañana, que toman mates juntos y que van de la mano por el campo a caminar en el atardecer. Quiero creer que la vida le regalo a esa familia más tiempo para estar juntos.. más tiempo para vivir la promesa de Rosa y Julián.

Fin